En junio de 1834 se instaura en La Habana el gobierno centralizador y autoritario de Miguel Tacón, quien daría continuidad al rígido régimen de opresión y autoritarismo inaugurado por Francisco Dionisio Vives en la década de 1820.

Precedido de una carrera militar sólida en las antiguas colonias españolas de América, llegó a Cuba con la aspiración de consolidar la dominación colonial recurriendo a cualquier método aunque ello implicara romper alianzas con el sector de hacendados criollos, afianzando sus relaciones con los poderosos españoles que llegaban a la isla. Tacón, además, persiguió a los jóvenes de la intelectualidad, a quienes considerada el mayor peligro para el régimen por las ideas separatistas, un claro ejemplo de ello fue el caso de José Antonio Saco.

Para organizar la vida citadina, dio disposiciones gubernativas y judiciales, durante su mandato se reorganizó el cuerpo de policía y se realizó una redistribución de sus cuarteles, creo el Cuerpo de Serenos de La Habana, se instauró el Tribunal de Vagos y Picapleitos, se gestionó la creación de la Audiencia de La Habana y se inició la construcción de la cárcel pública situada al final del Prado, donde Martí pasó sus días de encierro. 

Para gobernar formó una camarilla de amigos, estimuló la belicosidad de los españoles contra los criollos y al poco tiempo se creó un fuerte movimiento de oposición y protesta, entre los cuales resaltan sus continuas discrepancias con el Intendente General Claudio Martínez de Pinillos. Probablemente la mayor evidencia de las inconformidades que dejó Tacón al producirse su retirada de la isla fue el voluminoso expediente de su juicio de residencia, proceso que se seguía a todo gobernador general al concluir el mandato y que en el caso de este reunió numerosas quejas de su gestión. Algunas frases escuchadas en los corrillos de la ciudad aseguraban que “Tacón mandaba a taconazos”.

No obstante es preciso reconocer otras obras que igual dieron realce a la vida citadina, entre ellas la reorganización de los mercados para las ventas públicas, la reconstrucción de paseos y avenidas, el remozamiento del Palacio de los Capitanes Generales y la construcción del teatro que llevaría igualmente su nombre. Para algunas de estas obras ya mencionadas se nutrió de una fuerza laboral libre de costo e integrada de presidiarios, cimarrones del depósito y emancipados, de quienes se dice fue uno de los principales negociadores.

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