Era el 19 de mayo de 1895, en campos de Dos Rios acababa de morir José Martí, Máximo Gómez escribía en su Diario ” (…) Al lado de un instante de ligero placer, aparece otro de infinito dolor.
Ellas resumen no sólo la cotidianeidad de la guerra: hoy se puede estar vivo y mañana morir, sino también el reconocimiento a quien, sacrificandolo todo, se puso al servicio de la patria.
Aunque no había tenido Martí una experiencia previa en el arte de la guerra, su labor preparatoria y unitaria dentro y fuera de Cuba fue esencial para reiniciar las acciones en la isla, uno de los elementos que, sin dudas, fueron tenidos en cuenta para días antes del deceso reconocerle con el grado de Mayor general de Ejército Libertador.
Lamentablemente el cuerpo del Apóstol cayó en manos enemigas y su cadáver sujeto a diversos enterramientos en varios lugares, hasta que en 1951 sus restos fueron sepultados en la tumba del Cementerio Santa Efigenia en
Santiago de Cuba.
Allí, cubierta la urna por la enseña nacional reposaría eternamente José Martí, el Apóstol, el Maestro, el hombre que con su trayectoria y entrega se convirtió en la entraña misma de la conciencia nacional de los cubanos.
Aún no hay comentarios