Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, Anacleto Bermúdez y González de Piñera, José de Marcos y Medina, Ángel Laborde y Perera, Juan Pascual Rodríguez y Pérez, Carlos Augusto de la Torre y Madrigal, Eladio González y Toledo, Carlos Verdugo y Martínez.
No era un pase de lista para una clase de Biología, Anatomía u otra materia de la carrera de medicina. Son los nombres de aquellos 8 jóvenes que el 27 de noviembre de 1871 fueron fusilados injustamente por la ira de los voluntarios, sedientos de sangre, que al servicio de España urdieron el crimen.
Tres días antes, el 24, mientras esperaban el inicio de la clase de Anatomía, junto a otros más se dirigieron al cementerio, recorrieron sus áreas e ingenuamente algunos de ellos jugaron con la caretilla donde se trasportaban a los cadáveres, otro tomó una flor que estaba delante de las oficinas del cementerio. No ofendieron a nadie, no dañaron a nadie.
Pero la falsa denuncia realizada por el velador del cementerio, de que habían rayado el cristal del sepulcro donde reposaban los restos de Gonzalo de Castañón selló su futuro. Hacia ellos se volcó el odio de las autoridades españolas que utilizaron el hecho como escarmiento, justificado como una afrenta a España.
El 25 de noviembre, a las 8 de la mañana, 45 alumnos de primer año de la clase de Anatomía del profesor Pablo Valencia fueron conducidos a la cárcel y sometidos a juicio sumarísimo. Los voluntarios amotinados frente al edificio de la Cárcel donde se celebraba el juicio clamaban por el ajusticiamiento de los jóvenes.
El proceso se inició en la medianoche del 26 hasta bien entrado el mediodía del 27, donde en un segundo juicio se dictó que tanto el joven que había arrancado la flor, como los 4 que había jugado con la carretilla y 3 más al azar serían ejecutados por fusilamiento como escarmiento. Otros fueron condenados a prisión por distinto tiempo.
Ni la enérgica defensa de Federico de Capdevila, ni los argumentos de inocencia de los jóvenes enjuiciados variaron la sentencia. En horas de la tarde del 27 de noviembre fueron conducidos a la explanada de la Punta, donde se llevó a cabo la ejecución.
No les entregaron los cadáveres a los familiares y fueron enterrados en una fosa común en el actual Cementerio de Colón, sin señalización, ni registro, como si quisieran con ello que la historia los olvidara.
Posteriormente la tenacidad de Fermín Valdés Domínguez, uno de sus compañeros, posibilitó localizar la tumba de aquellos inocentes jóvenes.
De aquel hecho mucho se ha escrito, pero, quizás, nadie como nuestro Héroe Nacional José Martí refleje con tanta sensibilidad y dolor lo que aquel acontecimiento significó en su poema “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre” escrito en Madrid en el año 1872, al cual corresponden los siguientes fragmentos:
Cadáveres amados, los que un día
En sueño fuisteis de la patria mía,
¡Arrojad, arrojad sobre mi frente
Polvo de vuestros huesos carcomidos!
¡Tocad mi corazón con vuestras manos!
¡Gemid a mis oídos!
Cada uno ha de ser de mis gemidos
Lagrimas de uno más de los tiranos!
¡Andad a mi alrededor; vagad en tanto
Que mi ser vuestro espíritu recibe,
Y dadme de las tumbas el espanto,
Que es poco ya para llorar el llanto
Cuando en infame esclavitud se vive!
Y mesando su ruda cabellera,
!Oh, clama pavorosa sombra oscura
Un mármol se negó que los cubriera
Y un mundo ya tienen por sepultura!
Y más que un mundo más! Cuando se muere
En brazos de la patria agradecida
La muerte acaba, la prisión se rompe;
Empieza, al fin la vida!
¡Oh, más que un mundo más! Cuando la gloria
A esta estrecha mansión nos arrebata,
El espíritu crece
El cielo se abre, el mundo se dilata
Y en medio de los mundos se amanece!
Dra. Yolanda Díaz
Investigadora Titular
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