Como un homenaje al 124 aniversario de la caída en combate del Titán de Bronce, ponemos a disposición de los lectores algunas de las impresiones recogidas por el periodista norteamericano Hubert Howard, corresponsal del diario New York Herald  en su visita al campamento de los hermanos Maceo en la histórica sabana de Baraguá, pocos días antes de la partida del contingente invasor en octubre de 1895.

En ‘’Cuba española: reseña histórica de la insurrección cubana en 1895’’ publicado por el Centro Editorial Alberto Martín de Barcelona, en 1897. El periodista nos brinda caracterización física del componente mambí y de los legendarios hijos de Mariana Grajales, con lujo de detalles y algo de asombro. Tras presenciar una parada militar de las fuerzas insurrectas, así como algunas precisiones de la estrategia y táctica del Ejército Libertador,  el propio General Antonio junto a su hermano José, recibieron con beneplácito para la causa independentista, la visita del reportero.

“ A mi llegada al campamento vi desfilar ante mis ojos las fuerzas que manda el mayor general mulato, por el siguiente orden: pasó delante el estado mayor con sus generales negros y sus jefes y oficiales blancos, negros o mulatos, e inmediatamente detrás, sin orden ya, ni regularidad alguna, comenzaron a desfilar hirvientes pelotones de hombres, unos sin armas, otros con el fusil al hombro; estos con la carabina en bandolera, aquellos blandiendo y haciendo jugar el machete por encima de la cabeza, todos gritando y riendo gozosos sin dar señales de acampar y descansar tal vez durante dos o tres días de una penosa y dura existencia.

Entre aquellos pelotones de hombres vi de todos los colores, vi negros bozales con el cabello rizoso que llaman pasa, y la (…) que da comezón a toda pituitaria europea, por poco delicada, vi negros achocolatados y encendidos, con el pelo cerdoso, que revela (…) derivación del tipo indio criollo; mulatos de tonalidades (…) obscuro que revela la aleación de una negra y un blanco, hasta (…) que acusa a la mulata y al europeo; criollos del campo con su tez trigueña de color de tierra, y los criollos de las ciudades con el cutis fino y la facción exquisita que se advierte bajo la delicada epidermis y, por último también, legítimos blancos de Europa, españoles peninsulares arrastrados a la insurrección por no sé qué extraño atavismo.

Y para que nada faltase, hasta chinos he podido ver en esa tropa rumorosa que, en tropel de rebaño que vuelve a su redil, entraba en su campamento y se extendía por sus calles y se acuartelaba en sus bohíos, con sus familias algunos, nómadas como ellos, al través del monte y de la manigua, en grupos otros, todos contentos y animosos, en extraña e íntima promiscuidad.

Presenciado el desfile y acampadas las fuerzas, me dirigí a la tienda de Antonio Maceo; tienda sí, una verdadera tienda a la europea, de lona fuerte y curtida por el aire del combate, que ha dejado en ella las huellas de algún balazo indiscreto.

Dijéronme que la cogieron de un campamento español en la otra guerra y que bajo ella vivió el presidente Céspedes en su campamento de Río Azul. Unos fanáticos de Baire la tuvieron escondida y al cabo de 25 años la han exhumado para ofrecerla al mayor general Maceo.

Los dos Maceo vistieronse sus trajes de paseo para recibirme: una cosa que no era chaqueta, que quería ser levita y que parecía un chaquet. De blanco Antonio, prenda negra José, correctísimos ambos, sin una mancha de lodo, impecables. Mulatos, bastante claro el Antonio, muy obscuro el José, y con mejor pelo aquel que este, de rostro inteligente el primero, sin expresión el segundo, ambos de alta estatura, los dos acusan salud y robustez. Me recibieron en pié, con una sonrisa enigmática para mí, y que no supe descifrar, y me tendieron la mano.

Sea Ud bienvenido, señor – dijome el Antonio – y me complazco en recibirle, atendiendo a su deseo, porque así podrá convencerse de que no somos fieras.

-Yo no he de exponer aquí las causas de este movimiento que no ha sido improvisado, que es el fruto de dos años de labor penosa y de incesante propaganda. Diga Ud que acusen, si quieren, en España se acusa de todo (…) Diga Ud que acusen, si quieren, a todos sus antecesores y a la Metrópoli, y serán más justos.

Desde 1885 nuestra propaganda no ha cesado ni un solo día y desde 1890 yo le aseguro a Ud. que no ha pasado un mes sin que nosotros hayamos logrado meter en este departamento Oriental un nuevo movimiento separatista.

Cuando Guillermón y Cronwer dieron el primer grito de rebelión en Baire, todos nosotros sabíamos el sitio, el día y la hora en que debía darse, y mi expedición estaba ya organizada.

Antes del movimiento teníamos fe: hoy, hace cinco meses que estoy en la isla, y desde el primer día que recorro con mi gente este departamento por donde quiero y a la hora que quiero.

Cuento en este departamento con dos divisiones que arrojan un total de catorce mil hombres, que rivalizan en arrojo y valor. Muchos son veteranos de la otra guerra; la mayoría es gente nueva en el campo, pero que sabe ya lo que es pelear.

Mientras Antonio hablaba, su hermano movía la cabeza asintiendo y aprobando cuanto aquel decía, y haciéndome el efecto de un muñeco automático, al contemplarle tan tieso y con aquel sube y baja de la cabeza, que no paraba. Antonio Maceo no fuma; pero a José no se le cae de los labios el chicote humeante…

“-Mi gente – continuó diciendo Antonio – está medianamente armada, muy bien para ser un ejército irregular. Tengo unos 6000 fusiles Remington, Winchester y Mausser.

“ -¿Máuseres? – interrogué yo con asombro.

“- Sí señor. Unos cogidos y otros comprados. Nosotros necesitamos tener los mismos fusiles que los españoles, pues de sus municiones tenemos que surtirnos. Así es que aunque en esta guerra no sea el Mausser de gran utilidad, algunos hemos comprado…

Nuestra táctica ha sido siempre la misma. Solo entramos en combates cuando nos conviene o cuando no hay más remedio. Cuando no salen las tropas operan en columnas numerosas, nosotros nos diseminamos en pequeñas partidas, las molestamos y entorpecemos su marcha y atacamos otra vez cuando nos parece conveniente.

Cuando atacamos o aceptamos combate nunca hacemos descargas cerradas; tiramos solo para aprovechar el (…) nuestra fuerza está en ganar tiempo y en no malgastar las municiones (…) soldados que llevan fusil, no llevan ni un solo cartucho para evitar que lo derrochen.

Así nuestras provisiones escasas y difíciles duran, y nos sostenemos mientras España se gasta en la lucha. Esta es nuestra táctica y el conocimiento del terreno palmo a palmo son nuestra mayor fuerza.

Imponemos contribuciones y destruimos la propiedad, no por rapiña, sino por cálculo, porque al cegar esas fuentes de riqueza, segamos fuentes de recursos para España…Ustedes se quejan de nuestros procedimientos de guerra, del incendio, de la dinamita que no hemos tenido que traer de fuera, sino que la encontramos en las minas abandonadas, como las de Juraguá; pero…eso es la guerra.’’

 

Bibliografía:

Reverter Delmas, Emilio  “ Cuba española: reseña histórica de la insurrección cubana en 1895”. Centro Editorial Alberto Martín, Barcelona, 1897. Tomo 3

 

Msc Loreto R. Ramos Cárdenas
Especialista en Archivística del Archivo Nacional de Cuba

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